La modernización de América Latina estuvo marcada por el sino trágico de la violencia y la esquiva consolidación de la democracia; el último medio siglo fue luctuoso en medio de la guerra fría que definió el rumbo de nuestras naciones, echado a la suerte de los coletazos maniqueistas de la política exterior de los Estados Unidos. Movimientos de emancipación nacionalista como la Revolución Mexicana, el Sandinismo nicaragüense y el Frente Farabundo Martí del Salvador, entre otros, sucumbieron ante el poder y la intrusión norteamericana.
La Revolución Cubana alertó sobre el surgimiento de nuevas alternativas de liberación a las cuales era imposible cederles un ápice de oportunidad dada la coyuntura. La confrontación armada con toda su barbaridad fue la “solución final” para reprimir la insurgencia y eliminar al “enemigo interno”. No faltaron los golpes de estado, sangrientos y crueles y en consecuencia, las terribles dictaduras como las del Cono Sur y Centroamérica, y los remedos de democracia formal implementados en otros países. De Costa-Gavras, se produjeron tres películas testimonio que reflejaron con crudo realismo esas épocas que no debemos olvidar para evitar que se repitan: “Z, Él está vivo”, sobre el asesinato, bajo esos regímenes, de un político liberal; “Golpe de estado” acerca de la guerra contra los Tupamaros en Uruguay y “Desaparecido en Chile” que recrea muerte de un periodista norteamericano en los días posteriores al asalto de Pinochet a La Moneda.
Ante el advenimiento de nuevos movimientos sociales y ciudadanías libres en estas latitudes, la extrema derecha, ya por vergüenza o por “legitimación” está acudiendo a estrategias por demás preocupantes, para obligar a gobiernos que no son de su “cuerda”, a dimitir. Bolivia y Perú son los ejemplos más próximos de esta andanada que incluye en su manual de “Golpes blandos”: la ideologización de sus intereses en proclamas que invocan causas superiores; la intriga, la difamación y las falsas noticias; la amenaza con paros y bloqueos, ante las reformas emprendidas; el descrédito y la promoción de un ambiente de ingobernabilidad y finalmente, la toma callejera o de las sedes institucionales y el distanciamiento y ruptura de las fuerzas militares con el poder civil. Las fuerzas verdaderamente democráticas de todas las corrientes deben estar atentas ante estas siniestras pretensiones; estamos avisados, las pisadas sobre los tejados no son de gatos.