En medio de sospechas y suspicacias, el país se alista para una jornada electoral que va a definir el futuro presidente de Colombia; podríamos afirmar que todos los ingredientes de campaña están sobre el asador, desde la sutileza de un buen consejo hasta la calumnia y la difamación. Infortunadam
ente no será una fiesta democrática como debería ser, tampoco una efemérides; es la tragedia nacional puesta en escena con sus protagonistas, que tras bambalinas observan el ritual cadencioso del sufragante enfrentado a la urna que devorará su voto y también la voluntad que hasta ese momento le pertenecía; de ahí en adelante será espectador del eufemismo de la “voluntad popular”.
La decisión que tomemos inclinará la balanza hacia una de las dos opciones: la de la figura “rejuvenecida” del Establecimiento que quiere el cambio y la superación de todos los males causados por el Establecimiento mismo.
Y la otra, la alternativa de un proyecto-país que promete ser incluyente, solidario y garante de todos los derechos para todos los ciudadanos.
Ahí está la polarización: tras la victoria van la centro-derecha, que sin recuperarse del rechazo a sus candidatos, actúa en cuerpo ajeno en la persona del Ing. R. Hernández, a quien por “arte de magia” la gran prensa le viene convirtiendo sus defectos en cualidades y ocultándole sus insolvencias como estadista.
Y también la centro-izquierda, que recoge expresiones políticas de movimientos sociales y nuevas ciudadanías que tienen su fuente sustantiva en la socialdemocracia occidental; contra la opinión del statu quo; allí no hay prédicas de izquierda radical, más bien el reavivamiento de las tesis liberales esgrimidas en su momento por Alfonso López Pumarejo en el marco de la “Revolución en Marcha”, tesis tantas veces postergadas, tesis tantas veces convertidas en promesa electoral.
El 19 de junio significará la apertura real del juego democrático a la participación de organizaciones sociales antes sometidas a la marginalidad, a la exclusión y al tutelaje exógeno de sus reivindicaciones utilizando incluso, para ello todas las formas de violencia sectarea en Colombia.
Hoy deseo que lo que se diga o se escriba en función del ejercicio de las ciudadanías sea testimonio de vida y optimismo, y no el triste epílogo de la frágil y amenazada existencia de quienes piensan diferente. Por Miguel Venegas R.